¿Saben ese dicho, o, más que dicho, rumor que existe entre todas aquellas personas que se han mudado alguna vez? Sí, eso de que es absolutamente imposible hacer una mudanza sin que algo se rompa o sin que se pierda. Bueno, pues yo hasta ahora creía que era cierto, porque había tenido dos mudanzas y, si bien en la primera se me perdió una sartén, en la segunda se me rompió una figura que me encantaba, una de un caballo con dos potros. Siempre me dolió eso último. El caso es que hace menos de un mes que tuve una tercera mudanza a Alcorcón y en esta ocasión no se me rompió nada, pero sí que se me perdió un libro.
Yo no le di demasiada importancia porque, bueno, el libro me lo podía volver a comprar; pero es que además ya estaba, como suele decirse, curada de espanto. Lo que quiero decir es que me esperaba que algo así pasara, como marca la tradición, así que no le di mayor importancia. Y así estaba, tomándome las cosas con filosofía, cuando un sábado por la mañana, mientras ordenaba las estanterías, encontré el libro. Lo había metido despistada en una carpeta. Su aparición me sorprendió porque eso significaba que no en todas las mudanzas se rompen y se pierden las cosas, siempre hay excepciones.
Y esa mudanza a Alcorcón fue una de esas excepciones. Me considero una persona tan afortunada por ello que espero que no tenga que volver a mudarme nunca más. Además, esta es la mejor casa que he tenido nunca y es grande, de modo que no tengo necesidad real de hacerlo. Es más, sé que si lo hago no volveré a tener tanta suerte, porque me atrevería a decir que solo en un uno por ciento de los casos ningún objeto ni mueble sale malparado. Ojalá estuviese equivocada, la verdad. |